En todo acto de comunicación (un discurso, una conversación, una carta manuscrita o un correo electrónico), hay tres elementos: un escritor u orador, un texto o palabras habladas, y un lector u oyente.[1] ¿De qué manera las diferentes partes del proceso de comunicación afectan o determinan el significado?  ¿Quién o qué es el árbitro final del sentido, suponiendo que exista dicho árbitro? Los estudiosos llegan a conclusiones muy divergentes a esas preguntas. A continuación, vamos a examinar los principales enfoques. […]

El lector como determinante del significado

El enfoque predominante entre los estudiosos seculares de la interpretación de literatura hace hincapié en el lector como el determinante último del significado. De acuerdo con ese enfoque, incluso si el autor fuera a ponerse de pie y decir: “Eso no es lo que yo quise decir”, el lector respondería: “¿A quién le importa lo que usted quiso decir? Este es el significado para mí”. El enfoque en el lector para la determinación del significado también se conoce a veces como el enfoque de la respuesta del lector a la literatura. (Es decir, cada lector responde a la literatura en la creación de significado).

Esos significados creados por el lector están a veces conscientemente impulsados por diversas preocupaciones filosóficas o sociales (p. ej., la lectura marxista, la feminista, la homosexual, la ambientalista, la liberacionista). Otras veces, el lector puede apelar solo a la visión de su idiosincrasia sin ninguna referencia a una agenda social más amplia. Debemos tener en cuenta que el enfoque de la respuesta del lector a la literatura no es el lector descubriendo el significado del autor o la aplicación del significado del autor en la vida del lector. El lector es el determinante real o creador de sentido, con la exclusión de cualquier juez externo.[2]

Por supuesto, tal enfoque interpretativo da lugar inevitablemente a lectores que proponen una variedad de significados contradictorios. Los partidarios del enfoque de la respuesta del lector a la literatura afirmarían más bien diversas interpretaciones irreconciliables antes que sugerir que una interpretación es más válida que otra. El rechazo a las declaraciones absolutistas subyace en el enfoque de la respuesta del lector. Una frase inoportuna comienza así: “El significado de este texto es…”. Lo admisible es: “Para mí, este texto significa…”. En una sociedad pluralista y multicultural, es visto como arrogante reclamar legitimidad final para una sola interpretación u opinión.

Otra cuestión a menudo subyacente en el enfoque de la respuesta del lector a la literatura es la suposición de que el lenguaje es un instrumento de opresión o liberación.[3] Es decir, los textos se utilizan sobre todo para afirmar poder en lugar de transmitir y recibir información. Si bien es cierto que los textos, incluyendo la Biblia, generan acción y cambio, hay que ser muy cínico para reducir la lectura y escritura de textos a juegos de poder solapados.

En los Estados Unidos hoy, están impregnados por el enfoque de la respuesta del lector a la literatura y las suposiciones que lo sustentan, por lo que es difícil no dejarse influir por ello. De hecho, muchos escritores y eruditos que dicen ser cristianos han adoptado el enfoque de la respuesta del lector casi de la misma manera que la naciente iglesia adoptó el enfoque alegórico de la cultura grecorromana que la rodeaba (vea la pregunta 8, “¿Cómo se ha interpretado la Biblia a lo largo de la historia de la Iglesia?”). Voy a dar dos ejemplos del enfoque de la respuesta del lector a la Biblia sacados de mis experiencias cotidianas.

1. En una Biblia para niños que le regalaron a mi hija, la historia de José es seguida por estas preguntas: “¿Te ha dado alguien algo como un abrigo o suéter nuevo? ¿Cómo te hizo sentirte el ponerte la ropa nueva?”.[4] Está claro que el autor de esta Biblia para niños valora la autoestima y la afirmación. A pesar de que el autor del texto bíblico no tiene obviamente la intención de relatar la historia de José para provocar la reflexión sentimental sobre cómo otros nos han reafirmado, el autor moderno de la Biblia de niños ha utilizado la historia para ese propósito. Él ha creado significado ajeno a la intención del autor bíblico. La cuestión no es si lo que dice el intérprete es válido (es decir, fomentar la reflexión sentimental para cultivar la autoestima). La cuestión es: ¿cuál era el propósito, la intención, o el sentido del autor bíblico inspirado?

2. Hace un tiempo, mi esposa y yo nos encontramos con una señora que acababa de experimentar la fe salvadora a través de un ministerio paraeclesiástico, pero seguía asistiendo a una iglesia grande en gran parte no regenerada. Estaba perpleja porque su pastor predicó sobre Mateo 13:24-30 (la parábola del trigo y la cizaña), animando a los feligreses a quitar las malas hierbas de sus vidas y cuidar del trigo. “Pero”, dijo la mujer, consternada, “cuando leo mi Biblia, el mismo Jesús explica la parábola y dice que las malas hierbas son personas malvadas que serán arrojadas al infierno” (Mt. 13:37-43). Es probable que para el pastor de la iglesia de esa señora la doctrina del infierno fuera ofensiva, así que él reinterpretó la parábola para ofrecer un mensaje más agradable al paladar.

El texto como determinante del significado

Otro enfoque a la comunicación que fue popular en los círculos literarios de las décadas de 1930 a 1960 es mirar al texto como el determinante del significado.[5] A diferencia del enfoque de la respuesta del lector, el enfoque del texto como determinante acepta un árbitro objetivo de significado, pero no es el autor. Después de que el autor termina su obra, se considera que el texto cobra vida propia, conteniendo significado más allá de la intención, y posiblemente contrario a la voluntad, del compositor original. Por tanto, conocer el contexto histórico y los destinatarios originales de un documento carece de importancia, según este enfoque.

Es necesario señalar algunos malentendidos potenciales del enfoque del texto como determinante del significado. Primero, la mayoría de las personas que afirman “La Biblia dice”, no están defendiendo el enfoque del texto como determinante del significado. Al decir “La Biblia dice”, el que habla suele querer decir lo mismo que “El autor bíblico inspirado dice”. Segundo, el punto de vista del texto como determinante no debe confundirse con el proceso normal de interpretación que incluye proponer implicaciones que van más allá del pensamiento consciente del autor. Por ejemplo, en Proverbios 23:10, el autor inspirado prohíbe el robo de la propiedad de un vecino mediante el cambio de los límites de la misma. Por implicación, también está prohibido cualquier otro método solapado para robarle a un vecino su propiedad. Aunque el antiguo autor de Proverbios no estaba pensando en la falsificación de un estudio de la tierra usando un escáner de ordenador, seguro que ese comportamiento está también prohibido por implicación. Esas implicaciones fluyen en el cauce del sentido pretendido por el autor en el momento de su composición original.

Una de las principales críticas del texto como determinante del significado es que los textos son objetos inanimados: tinta sobre papel, o marcas sobre piedra.[6] El significado, por otro lado, es una construcción de pensamiento inteligente. Los textos pueden transmitir significado, pero no pueden construirlo. Eso es tarea del autor. El significado, en última instancia, pertenece pues al ámbito de competencia del autor.

El autor como determinante del significado

La teoría final de comunicación (y es la que yo defiendo) es que el autor de un texto es el árbitro final de su significado.[7] Por tanto, en todo lo posible, es importante estudiar el contexto histórico y los destinatarios originales de un documento con el fin de entender mejor la intención del autor y su propósito al escribir. A veces, puede resultar difícil determinar el significado del autor, pero ese es el objetivo que busca toda interpretación válida. El papel del lector de un texto es, entonces, descubrir el significado consciente e intencional del autor.

Uno de los principales argumentos a favor del enfoque del autor como determinante del significado es que ese método es el enfoque de sentido común para todas las comunicaciones. Si su amigo dice: “Me gustaría comer un bocadillo para el almuerzo”, y usted le responde: “¿Por qué odias a los de raza blanca?”, la persona respondería con razón: “¿Estás loco? ¿No escuchaste lo que dije?”. Todo acto de comunicación puede progresar solamente sobre el supuesto de que alguien está tratando de transmitirnos un significado y luego nosotros respondemos a ese pretendido significado que quiere pasarnos el que habla o escribe.

- Tomado del libro de Robert Plummer, Preguntas y Respuestas sobre Cómo Interpretar la Biblia (Grand Rapids, MI: Portavoz, 2013), 115-118.



[1] Por supuesto, este es el paradigma principal de la comunicación, pero hay permutaciones relacionadas; por ejemplo, con dos personas sordas habría uno que comunica mediante signos, los signos utilizados, y el espectador de los signos. O, con espías, podría haber un codificador, el código utilizado, y el descodificador.

[2] Robin Parry ofrece esta advertencia útil: “La teoría de respuesta del lector no es una teoría, sino una familia de teorías hermenéuticas diferentes que comparten un interés en el papel activo del lector (o comunidades de lectores) en la interpretación. Los teóricos están en desacuerdo sobre una serie de cuestiones: cuánto control ejercen los textos en la interpretación, el papel de las comunidades en las que viven los lectores, el papel de las historias de interpretación de los textos, si los lectores que hablan son expertos o simples lectores, y otras más” (“Reader-Response Criticism”, en Dictionary for Theological Interpretation of the Bible, ed. Kevin J. Vanhoozer [Grand Rapids: Baker; London: SPCK, 2005], 658-659).

[3] Técnicamente, este supuesto es más propio de la deconstrucción, pero los enfoques se superponen.

[4] Estas son las preguntas según yo las recuerdo. No nos quedamos con la Biblia.

[5] Este enfoque interpretativo lo llaman la nueva crítica o formalismo. Michael E. Travers señala: “Filosóficamente, las versiones modernas del formalismo surgieron de Immanuel Kant y estéticamente de los poetas románticos del siglo XIX… En los Estados Unidos, el formalismo recibió su expresión clásica en la Nueva Crítica que surgió a mediados del siglo XX, en las obras de escritores como Cleanth Brooks, John Crowe Ransom, Robert Penn Warren, y William Wimsatt. El término ‘Nueva Crítica’ debe entenderse en el contexto de sus deseos de dejar atrás el estudio histórico y biográfico de la literatura en las aulas universitarias americanas de la época para pasar a una crítica literaria que está más basada en texto” (“Formalism”, en Dictionary for Theological Interpretation of the Bible, 230).

[6] Robert H. Stein, “The Benefits of an Author-Oriented Approach to Hermeneutics”, JETS 44, no. 3 (2001): 53.

[7] E. D. Hirsch, Validity in Interpretation (New Haven, CT: Yale University Press, 1967).