¿Es el sello una realidad única en el creyente o se repite a través de la vida cristiana? ¿Es una experiencia única de algunos cristianos o de todos? ¿Cuándo somos sellados? El sello del Espíritu Santo es una verdad que se encuentra expresamente plasmada en Efesios 1:13: “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. Basados en este texto se sustentará que el sello del Espíritu Santo es una única obra que resulta en todos los cristianos después de la fe.
El sello
del Espíritu Santo es un elemento que obedece a una secuencia lógica (no cronológica)
precedido de la fe y la audición del evangelio, en palabras de Pérez Millos: “los
pasos de la salvación considerados aquí son: primeramente, oír, en segundo
lugar, creer, y, en tercer lugar, ser sellado con el Espíritu”.[1]
Observemos uno a uno:
Primer
elemento, Oír el Evangelio
El primer
elemento en el texto es la escucha del evangelio. El verbo que se traduce
“habiendo oído” está en modo participio, lo cual indica que no es el verbo
principal, sino el modo en que se llega a algo más. Además, el verbo está en
tiempo aoristo que señala un momento puntual en el que la persona atiende “la
palabra de verdad” que es un sinónimo de “el evangelio de vuestra salvación”. Así
que antes de ser sellados hay que oír el evangelio.
Segundo
Elemento, Creer
El segundo
elemento en el orden lógico es creer. El verbo que se traduce “habiendo creído”
tiene la misma característica morfológica del anterior (participio aoristo).
Esto demuestra unidad, pero permite entender un avance en el pensamiento puesto
que el apóstol los distingue con la conjunción “y”. Muchas son las personas que
oyen el mensaje de la salvación y sin embargo no tienen fe salvadora. La
gramática de estos verbos y la implicación teológica de oír y creer
dirige a la obra de la regeneración que hace posible la fe. Una persona oye el
mensaje de la salvación gracias a la obra de la regeneración que le permite ver
lo que antes le era velado (2Co.4:4-5) y entonces, simultáneamente, cree en
Cristo para salvación. De modo que el “oír” del que estamos hablando no es un
mero ejercicio auditivo como oír música, sino un suceso espiritual que permite
entender verdaderamente el mensaje de salvación y responder con fe.
Tercer
Elemento, el Sello del Espíritu
El tercer
elemento es el sello del Espíritu Santo. A diferencia de los anteriores verbos “fuisteis
sellados” está en modo indicativo lo que significa que es el verbo principal, y
está en voz pasiva por lo que se presenta como la consecuencia lógica de haber oído
y creído. Este es el lenguaje común de las Escrituras en donde se muestra
alguna obra del Espíritu Santo precedida de la fe salvadora (Gá.3:2). Toda
persona que cree simultáneamente es sellada, pero nadie puede ser sellado sin
antes creer, son distintos aspectos de una misma cosa; en palabras de Sinclair
Ferguson: “El uso que Pablo hace de la metáfora del sello más adelante en Efesios
4:30 confirma este hecho (que el sello y la fe son dos aspectos de una misma
cosa).[2]
Algunos errores
en el entendimiento del Sello del Espíritu
El puritano
Richard Sibbes reconocía el sello del Espíritu Santo como algo único que se
daba en la salvación cuando una persona creía, pero además hizo una distinción
de un segundo sello que se deriva del primero y confirma la madurez del
creyente y su pertenencia a Cristo. Para Sibbes este segundo sello era más
subjetivo y tenía que ver con la parte experiencial del primer sello. Según él,
los creyentes lo disfrutaban cuando estaban seguros en Cristo y disfrutaban lo
que eran en Él.[3] John
Owen argumentó contra esta distinción hecha por Sibbes diciendo que la exégesis
de Ef.1:13 no apoyaba esta perspectiva.[4]
Si bien es
cierto que todo creyente disfrutará de la seguridad de haber sido sellado en la
medida que madure en su fe, la Biblia no presenta un sello adicional. Como bien
aclara Hendricksen: “Para saber que se tiene el sello es necesario buscar las
marcas, pero esto no es ser sellado. No es solo por la búsqueda de las marcas,
sino por la fe viva en el Dios Trino”.[5]
Más grande
es el error de aquellos que afirman que el sello es una segunda bendición que solo
gozan algunos cristianos y que está separado por el tiempo. El sello del
Espíritu no es una segunda bendición, ni lo que el Espíritu hace en la vida
como hacer llorar, saltar de alegría o hablar en lenguas.[6]
El apóstol da por sentado que por haber creído fueron sellados, la explicación
ya dada descarta la interpretación del sello como una segunda bendición.
Algunos
interpretan el sello del Espíritu con una serie de manifestaciones externas que
suceden posterior a la fe, ya sea de carácter sobrenatural o emociones y
experiencias espirituales de lo que el Espíritu hace en sus vidas. Aunque
particularmente estas últimas puedan ser legítimas, no obstante, no se le
pueden llamar el sello del Espíritu.[7]
No hay que
perder de vista que estos tres son aspectos de una misma cosa, se pueden
distinguir, porque la Biblia los distingue en esta relación lógica, pero no hay
que separarlos mucho y menos en una escala temporal. Concluyendo este punto John Murray dice: “Oír
y creer son por tanto anteriores en orden, y no deben seguir a la marca del
Espíritu”.[8]
En
conclusión, el
sello del Espíritu Santo es una obra que sucede simultáneamente con la fe. En
Ef.1:13 Pablo presenta tres elementos de un mismo acto que hacen posible que el
creyente posea el sello. Una persona es sellada porque cree en el evangelio, y
puede creen en el evangelio porque oye la palabra de verdad. Esto se explica en
el sentido de un orden lógico en el que uno depende del otro, pero no algo
cronológico separado por el tiempo.
Soli Deo Gloria
[1] Samuel Pérez Millos, Comentario Exegético al Texto
Griego del Nuevo Testamento: Efesios (Barcelona, ES: Clie, 2010), 99.
[2] Ferguson, El Espíritu Santo, 192.
[3] Joel R. Beeke y Mark Jones, Una Teología
Puritana (Medellín, CO: Poiema Publicaciones y Reformation Heritage Books,
2021), 649-651. Esta perspectiva de Sibbes también es tratada en: Ferguson, El
Espíritu Santo, 192-193.
[4] Beeke y Jones, Teología Puritana, 651.
[5] William Hendricksen, Comentario al Nuevo Testamento:
Efesios, trad. de Alejandro Aracena (Grand Rapids, MI: Libros Desafío,
1984), 98.
[6] Geoffrey Thomas, El Espíritu Santo, trad.
de Cynthia Verónica Pérez de Canales (Medellín, CO: Poiema Publicaciones,
2021), 233.
[7] Thomas, El Espíritu Santo, 231.
[8] John Murray, La
Redención Consumada y Aplicada, trad. de Humberto Casanova (Grand Rapids,
MI: Libros Desafío, 2007), 81.
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